El discurso vacío, de Mario Levrero (fragmento)

Ejercicios

 El discurso vacío, de Mario Levrero (fragmento)

10 de septiembre de 1990

Hoy comienzo mi autoterapia grafológica. Este método (que hace un tiempo me fue sugerido por un amigo loco) parte de la base –en la que se funda la grafología- de una profunda relación entre la letra y los rasgos del carácter, y del presupuesto conductista de que los cambios de la conducta pueden producir cambios a nivel psíquico. Cambiando pues la conducta observada en la escritura, se piensa que podría llegarse a cambiar otras cosas en una persona.

Mis objetivos en esta fase del intento terapéutico son más bien moderados. En una primera instancia pretendo ejercitar la escritura manual –sin pretender llegar a la caligrafía-; tratar al menos de obtener una escritura legible por cualquiera, incluso por mí, pues estoy escribiendo tan mal que a menudo ni yo mismo consigo descifrar la letra.

Otro de los objetivos inmediatos es tratar de mantener un tipo de letra más bien grande, cómodo, en lugar de esos caracteres casi microscópicos que he venido utilizando en los últimos años. Y otro objetivo, más ambicioso que el anterior, es el de unificar el tipo de letra, ya que he desarrollado un estilo que combina arbitrariamente la letra manuscrita con la imprenta. Trataré de recordar la forma de cada letra manuscrita, más o menos según me la enseñaron en la escuela. Trataré de conseguir un tipo de escritura continua, “sin levantar el lápiz” en mitad de las palabras, con lo que creo poder conseguir una mejora en la atención y en la continuidad de mi pensamiento, hoy por hoy bastante dispersas.

11 de septiembre

Segundo día de terapia grafológica. Ayer me llevé una grata sorpresa cuando le di a leer

a Alicia la hoja que había escrito y ella pudo hacer lo con comodidad. Ahora estoy esforzándome por conseguir tres cosas: 1) mantener el tamaño de letra apropiado; 2) recuperar la verdadera letra manuscrita, sin las mezclas habituales de letras de imprenta; 3) tratar de no levanta el lápiz, esto es, poner los puntos de las íes, los acentos y los palitos de las T, etcétera, una vez terminada de escribir toda la palabra. Esto último es quizá lo que me resulta más difícil, aunque también la letra manuscrita “pura” tiene sus bemoles.

A primera vista, mirando lo escrito hoy hasta ahora y comparándolo con lo de ayer, hay progresos. Hoy, con todo, la letra –si bien más grande y legible- muestra cierto nerviosismo; en realidad estoy escribiendo más rápidamente que ayer. Pero noto también que las letras están más “despegadas”, más espaciadas dentro de cada palabra, menos pegoteadas que antes. Como si cada letra hubiera recuperado su individualidad. En resumen, este trabajo de hoy, y la constatación de un progreso con respecto al de ayer, me resulta muy satisfactorio. Sé que todavía estoy lejos de lograr mis objetivos, incluso los muy primarios; sé que todavía no he recuperado el conocimiento de cómo se trazan algunas letras mayúsculas y algunas minúsculas. Pero todo se irá alcanzando con el tiempo.

24 de septiembre

Retomo mi terapia grafológica después de una larga interrupción, debida al ataque cerebral de mi madre que me llevó lejos de casa. Ciertamente, durante ese período extrañé bastante esta disciplina diaria que, aunque recién iniciada, ya se había perfilado con el carácter de un hábito sumamente positivo, amén de placentero, y ayudaba en no poca medida a centrar mi yo y a prepararme para una jornada de mayor orden, voluntad y equilibrio.

En estos momentos viene una interrupción foránea, en la forma de una señora pequeña y nerviosa, que me llama con voz destemplada denotando inequívocos signos de impaciencia; yo trato, sin embargo, de no perder el ritmo lento, pausado, meditado, de mi escritura, porque estoy seguro de que este ejercicio cotidiano contribuirá a mejorar mi salud y mi carácter, cambiará en buena medida un serie de conductas negativas y me catapultará gozosamente hacia una vida plena de felicidad, alegría, dinero, éxitos con las damas y con otros juegos de tablero. Sin otro particular me despido de mí mismo atentamente hasta mañana a la misma hora o, si es posible, antes.

25 de septiembre

Prosigue mi terapia grafológica. Ayer, la persona que habitualmente controla estas páginas comentó que la letra se había vuelto un tanto menos legible después de la extensa pausa. Yo pienso que esto obedece a por los menos dos factores: uno, naturalmente, la falta de ejercicio, y el otro, interesante de analizar, el hecho de que, a diferencia de lo que sucedía con la primera tanda, me resultaba ayer más apremiante el hecho de decir algo y el cómo decirlo (literatura, en fin) que el ejercicio caligráfico liso.

Bien. otra vez estoy desviándome y prestando poca atención a la letra y mucha a los contenidos, lo cual es antiterapéutico, al menos en este contexto terapéutico que he elegido. No me cabe duda de que, en otro contexto terapéutico, la desviación antedicha es deseable y positiva; pero no debo mezclar los planos de trabajo, y debe ceñirme a lo que me he propuesto, es decir, una especie de escritura insustancial pero legible.

Creo que hoy mi letra resulta más clara que ayer. Veremos qué opina la persona que suele controlar estos trabajos.

Publicado en El discurso vacío (Interzona, 2006)

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