Entre diamante y Paraná, de Juan L. Ortiz
Un cielo de prelluvia
demora y demora un estupor de grises
y de azules... de azules, es cierto en inminencia aĂşn
de decidirse...
lo demorarĂa
hasta esa penumbra en que habrá de desleĂr
su silencio, al fin,
apenas, Ă©ste, apenas, muy apenas, caĂdo
o negado en una poco menos que adivinaciĂłn de arpas, o de
brillos
a soñar pero que flotarĂan
en hilados, quizás, con intermitencias, por ahĂ,
en una casi ceguera, entonces, por encima
del tecleo que habrá de cristalear, por su parte, se dirĂa
en abismamiento
a los lados de las banquinas?:
las ramitas
deberán por él, consecuentemente, de seguir
digitando su llamamiento, o qué?, de junto o en medio de un
misterio de marismas
sobre una nada de vidrios?
Pero el camino
se enciende, ahora, en la irradiaciĂłn de una agonĂa
que fija
altĂsimamente una nube o un cisne
más bien, de gloria, o mejor, una suerte de capullo del cual no
se sabrĂa
si se despide
o si en un fluido de oro y rosa, transcielamente, ya replica
el amanecer de sus suspiros...
Y son allá y más allá unos pasajes, no?, de trigo
en subida
o en vaporizaciĂłn o espectralmente en fuga entre las cintas
de un verde por anochecer y todos en la misma
melodĂa
que despliegan y despliegan lateralmente los minutos
que armonizándose en otra lĂnea,
hacia arriba,
llegan a extasiarse en una como transfiguraciĂłn de rayos de
jardĂn
o de recuerdos, en un haz, de visos…
Mas he aquĂ que uno de Ă©stos se extravĂa
al abatirse
y da en descubrir
lo que quedaba a un lado del asfalto, en un equĂvoco
de denuncia, al exaltarlo precisamente asĂ:
lo que quedaba de un perrito
que alguien, quién?, separase de la madre y de los otros
de la crĂa:
consignados, me dijeran, sobre una bolsa, en un
declive
a la margen de la ruta y contra un grupo de arbolillos…:
consignados en la prisa,
entonces, del desasimiento y del endoso, que se sigue,
del fastidio..
consignados a lo fortuito
de una “piedad” que, por su parte, en el vacĂo que la
aspira
sĂłlo puede, a lo sumo, ir delante de sĂ
y oĂr
Ăşnicamente el zumbido
de un tiempo que quisiera apurar hasta el lĂmite
y ello siempre que no lo asimile
Ă©ste, y a lo largo, ensordecedoramente, del dĂa…
Y entonces, me parece que la puérpera hubo de preguntar en
medio de hipos
a ese desconocido
que le alzara su hijo
a un destino
al que sĂłlo le fuera dado lamer casi en seguida
entre acaso fintas
que le impusiera el tráfico, ciertamente, ay, obstruido
por ellos allĂ
desgarradas aquéllas de su parte por gritos
ante el horror que aĂşn quizás se le infligiera de que ella deberĂa
lacrar con su vida
eso a cuyo misterio no pudiese sino despertar más los
latidos
y tenderlos no solamente por todo el curso, dirĂase,
de la luz, pero asimismo
por el de la propia sombra con el juego entre sĂ
de la fascinaciĂłn de los faros hasta la corrida
de la vigilia
por desprender la Ăşltima a tiempo que la vela asimismo
de las luciĂ©rnagas fosforecĂa
el fin
de los escalofrĂos
sobre el propio, en correspondencia, de las briznas...
Y fuera en ese momento cuando probablemente más habrá
sentido
la ausencia de aquel, de cualquier modo, calorcillo
que les asignaran por ahĂ
la dispensa de lo que, ciertamente, significase un “abuso de
familia”
pues el descendimiento para asistirlos
de ese cielo que llegaba por momentos aun a adherĂrseles,
no llegaba, a fuer de “animitas”
que era, a tocar justamente, el lado de su frĂo,
ese que le hiciera desesperar en la ocasión, más si cupiese, los
aullidos
en la necesidad de oĂr
allende los vanos que abrieran, fugitivamente, los ruidos
del amanecer de la vĂa
un posible
de respuesta, a pesar de los pesares, de alguna viejecita
o de algĂşn linyera, desprendidos
de su pesadilla,
pero sin duda ellos, con oĂdos,
a los que siempre, siempre, no se sabe, no, qué nadie,
tras la reverberaciĂłn misma,
les vuelve solamente, ay, solamente, a los gemidos...:
ellos asĂ
los Ăşnicos, o casi, conforme a la experiencia que de por ahĂ
tuvieran los fieles de las otras jerarquĂas
del Olimpo...
capaces de cortar a tiempo el lazo de lo definitivo
por correrse sobre unos hálitos...:
ellos asĂ
como ángeles en trapos en esa lividez que profundiza
todos los precipicios
en que el alba va cediendo, ya, a los pies
de los forzados de la intemperie
cuando sin saber cómo no son éstos aspirados, de improviso,
entre los espartillos...:
ellos asĂ
para escuchar o adivinar bajo o entre la circulaciĂłn, todavĂa,
del ruido
los silencios que tiritan
desde el extremo, se dijera, ya, del hilo...:
ellos los aparecidos,
literalmente, de este lado, para hacer que aĂşn no pasen al otro
de su limbo
sus hermanos de aquĂ
si para ello bastara algo de lo recogido
de las bolsas de la noche de bajo las aceras cuando en la
amanecida
del volcadero, bajo un verde de volidos
ya, o en medio de un crema ya también de ensortijados en
hilitos
y entre el Ăłseo de los otros digitales, asimismo
urgando, pero todos nivelados, madrugadoramente, allĂ,
por las urgencias de la bulimia...:
aparecidos
además, en esa eternidad de un segundo de la ausencia bajo el
filo
del juicio
a los olvidados, por ellos asumido...:
o aparecidos
de qué providencia, sencillamente, aunque en equilibrio
acaso también para asistir
en su desliz
a los anĂłnimos de siempre o que parecieran elegidos
de las caĂdas...
Pero elegidos
ellos, a la vez, por qué no?, para que el alba se redima
y asĂ
que la luz de la leche siquiera en algĂşn sitio
sensibilice
en ese azulamiento de la fuga hacia lo alto que habré luego de
cernir
el desdĂ©n, casi, del “espĂritu”...
sensibilice o vaya sensibilizando lo que a éste, al fin,
justificarĂa
por los desheredados, paradĂłjicamente, de sus “tĂtulos”
entre los grumos de su nadir
inclinándose para lavarle a través de las figuras
de su piedad, con el rocĂo
que, llorase, desde sus estrellas, ella misma…
para lavarle lo que, después de todo, fueran por
allĂ
humanamente, sus pies...
Aunque ello, es cierto, en las antĂpodas, y más que
espacialmente, del continuo
que allá vuelve las arcillas
y las lianas y los aires de un revés de apocalipsis
en los estallidos
de una de arañas de teratologĂa o gigantismo
y la llovizna
de los desfoliantes de amarillo, sĂłlo, a no dudar, para
amarillos
y las “flechitas”
con aletas para demorar por tres lunas el cruce a la otra
orilla,
y un lo inasible
de salientes por la noche ya de los tejidos…
y todavĂa
los globos en deshojamiento de esquirlas
ajenas al metal pero en familiaridad, sin embargo, con
el secreto de los gritos. .:
todas las “técnicas”, en fin,
de la desintegraciĂłn y de la perennidad de la agonĂa
para reducir
a los condenados a un infierno de tres décadas, ya,
y por estar, al Ăşltimo, en el cĂrculo
de la estrategia de la ceniza
que hundirĂa
para siempre, despuĂ©s, en cavidades de cosmogonĂa,
a lo demás del continente con la única
culpa de haber ensayado recuperar, colectivamente,
y aun abrir
las lĂneas
del yan y del yin...
Y más, hacia el Este “cercano” de la “civilización”, las mujeres
y los niños,
reos de discurrir,
desde luego, sin saberlo, sobre el oro de las
profundidades, cuyo viento necesita
aquélla ilustrar e invertir
en las llamas de la purificaciĂłn para el dominio:
reos, pues en el suplicio
de los pronunciamientos de fĂłsforo cayendo de unas
alas en la apertura
de unas villas…
Y en otro nivel, la “civilización” que se inflige,
en el mejor de los casos, por el señuelo de unos “bienes”
a cortar el circuito
de una sabidurĂa
que florece a su hora, bien que en lo invisible,
que debe, quizás, a unas corrientes que presionan
silenciosamente, desde siglos...
Y eso cuando ella no revierte contra la propia cetrerĂa
las artes de sus neblĂes
pero superándolas, progresivamente, hacia la caza de
los miedos,
o de los monstruos de por encima
de por dentro y de por bajo si en los infinitos
que acechan asimismo...
Y, ah, por añadidura, de este lado, en la Amerindia,
igual descendimiento de los “súper”, para horror de la floresta,
a ras de los que pisan
o poco menos, ignorándolo también, unas minas
del combustible.
Y ello por entre los claros que tapa a continuaciĂłn, de
improviso,
una fatalidad de aluminio que todavĂa
acosa, si cabe, de más bajo, a las familias,
hasta la ilusiĂłn de las barquillas,
pues entonces aquélla habiendo encontrado una manera de
vacĂo
sobre el afluente en fiebre al blanco, por
minutos del mediodĂa
le adelanta un crepúsculo, en dehiscencia, de cobrizos…
Y es más arriba
el suicidio
en comunidad de las tribus
ante el solo trueno que anuncia el genocidio...
Y es ahora mismo
el expatriamiento, en inminencia, de las
drĂadas del origen
a la aventura de una orilla
del mar de energĂa
o de la “presa” a alimentar o a sangrar, de verdad,
bajo la desnudez de algunos rĂos
por los fantasmas, acaso, ya, del fin
de Nandurú—Arandú...
Hay, pues, Stefan George, algĂşn momento, en realidad,
que dĂ© todo de sĂ
cuando al curvar, jardinadamente, un recuerdo de cĂrculo,
deja caer un eco, dirĂamos,
de uno de sus pétalos sobre la propia palidez también en ida
de la ruta y enciende como un casi imposible
de memoria más que abre unas lĂneas
que nos toca seguir
vueltos, sĂşbitamente, a pesar nuestro, del olvido
del Estigia,
y con todo que a aquél, en nuestro caso, le hubiésemos,
naturalmente, de abrir
hacia los espacios, por qué no?, del devenir
o de su devenir
con el concurso de hadas y silfos
a través de la penumbra y a través aun de la misma
sombra: ellos, entonces, en instrumentistas
de lo invisible?…
aunque… aunque… es cierto que las ondas que ahora no
inmunizarĂan
despliegan, concéntricamente, a la vez,
la amanecida
en una rosa aun de cinc
que toca, en verdad, muy apenas las orillas,
pero en la presiĂłn, ya, no puede negarse, desde el fondo del rĂo,
de una piedad que se decide
a amartillar el propio corazĂłn de los siglos...
Juan L. Ortiz
Fuente: http://www.paginadepoesia.com.ar/clas_ar_ortiz1.html
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