Mañana empezás la facultad. La universidad. Mañana es el primer lunes de esta nueva vida que comienza: la del universitario. Hace un par de meses, antes del verano, te hicieron marcar con cruces en un test vocacional si te veías rodeado de:
A- personas
B- papeles
C- máquinas
Y vos sin dudarlo y con una absoluta sensación de autonomía, de poder, marcaste B. Papeles, te veías rodeada de papeles. Eso, tal vez, te daba una sensación de superioridad; no los papeles, sino la seguridad al elegir, esa firmeza.
La noche antes de empezar –de una buena vez- esa facultad, estás ansiosa, te cuesta dormir. Del otro lado de la puerta toda tu familia duerme, tus padres, tu hermano menor. Vos no, vos mirás por la ventana y no cabés en esa casa de la excitación que tenés. Mirás una estrella que vez a través de esa ventana, es siempre la más luminosa, te preguntás cosas mirándola. Estás, claramente, pasada de rosca. En ese momento, o en algún momento de esa larga madrugada sin sueño, tu velador se enciende. Tu velador se enciende solo, a tu izquierda, sin titilar, y esa luz te encuentra a vos de rodillas sobre el colchón, proyectada hacia ese cielo. Por un segundo te quedás inmóvil por completo, no entendés. Pero entonces, no es miedo lo que te invade, con lo poco difícil que te resulta, casi siempre, temer. Primero no entendés. Pero entendés. Te asalta la duda pagana: vas hacia el velador, corrés la perilla, el velador sigue encendido, queda comprobado: estaba técnicamente apagado. Y sin embargo, daba luz. Se prendió, solo se prendió. Te largás a llorar, algo se disuelve. Empezás a llorar, llorás un algo raro, crées que llorás de felicidad, sentís algo parecido a piedad, aunque no sepas qué significa. Temés que al día siguiente no se te crea, temés dudar vos misma de lo que te pasó. Salís de tu habitación, vas a despertar a tu mamá, le contás, le contás lo que te pasó, lo que te acaba de pasar: que pensabas con intensidad, proyectada hacia un astro, que se prendió el velador y que sentiste beatitud, que todavía la sentís, y llorás, estás llorando mientras se lo contás, al pie de su cama. Tu mamá, entredormida, te dice que bueno, y que vayas a dormir, que mañana hablan, y te vas.
En el desayuno no comentan nada. Desayunás infinitamente temprano porque tu primera clase de la primera materia del primer día de la universidad empieza a las siete de la mañana. No dormiste nada, estás exhausta, pero dichosa.
Asistís a tu primera clase en la universidad.
A las diez de la mañana ya estás subiendo al colectivo para volver a tu casa. Le das el asiento a una señora. Ella te agradece. Después se libera el asiento junto a ella. Te sentás. La señora te sonríe. La señora, de la nada, te pregunta si creés en Dios. Le decís que sí, la epifanía empieza a manifestarse. Tenés ganas de mencionárselo, pero preferís esperar. Ella, entonces, te habla de Jesús en el huerto, de la Pascua que se acerca, te habla de Jesús. Hacen todo el viaje juntas y hablando de Jesús. Ella habla, vos escuchás, vos no tenés nada para decir, porque no sabés nada de Jesús, o no mucho más que lo que sabe cualquiera, lo de que era bueno, lo de la resurrección, lo de la cruz. De hecho te llevó varios años terminar de entender que Dios y Jesús no son la misma persona y cuando lo hiciste tuviste que dar una vuelta más porque entonces parece que sí, que al final sí que son el mismo, o que por lo menos uno se desprende del otro, como piezas de un mismo cuerpo. O algo así. Llega el momento de apearse, la señora baja en la misma parada que vos. Es una casualidad, otra más. Vos, estás en éxtasis. La ayudás a bajar, nunca fuiste ni tan solidaria ni tan comunicativa, de hecho, no solés hablar con desconocidos. Para entonces ya sabés que la señora se llama Margarita. Margarita va a un hogar de ancianos que queda cerca de tu casa, la casa de tus padres. Vas a acompañarla hasta ahí porque es vieja y camina mal, va con bastón. En algún momento de ese trayecto Margarita te regala una medallita bendecida por no sé quién y te sigue hablando de manifestaciones de Dios en la tierra, vos ni decís nada de tu velador, quizás te parezca un obviedad. Llegan hasta el hogar de Margarita, es un hogar religioso, es una iglesia también. Margarita te invita a pasar al día siguiente, a visitarla, dice que le gusta que le lean, y sabe ya que a vos te gusta leer. Sobre todo en voz alta.
Romina Paula
Fuente: Humbert Humbert