Les presento la novela Esclavas de Rodrigo Guerra, publicada en 2015 por Editorial Autores de Argentina en formato e-book. Se puede conseguir haciendo click aquí.
Sinopsis
Una mañana de otoño como cualquier otra, una adolescente (Constanza, 17 años) sale de su casa junto a su amiga, rumbo al colegio. En el trayecto, su vida da un vuelco radical. Es secuestrada y vendida a una red de trata de personas que la reduce a la esclavitud en un sórdido prostíbulo del interior.
Su hermana Ámbar es quien emprende su búsqueda. Recurre, sin éxito, a la policía y a la Justicia para hallarla. En sus visitas a la fiscalía, conoce a Augusto, quien busca a su hija secuestrada recientemente.
Su misteriosa muerte une a Ámbar con Nicolás Lagomarsino, un experimentado periodista encargado de cubrir el asesinato. Juntos, emprenden la búsqueda de Constanza. Para ello, deben enfrentar no solo las presiones de la organización que la mantiene cautiva sino la complicidad y la corrupción de algunos sectores del poder. El camino está plagado de puertas que se cierran y senderos que se bifurcan y no conducen a ninguna parte. A medida que la historia progresa, ambos protagonistas van descubriendo que algo más los une, un amor que ambos van descubriendo entre las vicisitudes a las que se ven obligados a enfrentarse.
Paralelamente, se teje otra trama. El doctor Ricardo Sandoval es secretario de un juzgado criminal. Su destino está dividido entre el afán de justicia y su ambición por acceder a cualquiercosto al cargo de juez que ostenta Ernesto Ojeda Sanz hasta que advierte que la corrupción alcanza límites que nunca hubiera podido imaginar. Sus indagaciones sobre sobornos en una millonaria defraudación se entrelazan, de manera inesperada, con tres crímenes brutales que conmocionan la opinión pública.
Los hechos se ven atravesados de forma tangencial por el infierno al que Constanza es sometida a diario al verse obligada a prostituirse junto a otras esclavas sexuales y su intento por liberarse de ese cautiverio.
Tres historias que arman el rompecabezas que desnuda el terrible padecimiento de cientos de niñas y mujeres que a cada hora son compradas y vendidas, usadas y desechadas como meros objetos por organizaciones de trata de personas. Es la historia de millones de víctimas inocentes que sufren a lo largo del mundo y a quienes se les ha arrebatado todo.
Comparto con ustedes los dos primeros capítulos:
1
Arrastró los pies hasta la cocina, a través de la ventana llegaba un ruido lejano de sirenas. En la penumbra, tuvo la impresión de que la sala latía imperceptiblemente, como un enorme ser vivo. Encendió la televisión y deambuló bajo el resplandor del noticiero mientras batía café en una taza. La voz apenas audible de la conductora anunciaba una primicia escrita en letras catástrofe contra una placa roja: HALLAN CUERPO DE MUJER SALVAJEMENTE MUTILADO.
Se detuvo delante del aparato que en ese instante exhibía el interior de una obra en construcción y a una ambulancia de aspecto fantasmal que cargaba el cuerpo de la víctima, apenas iluminada por las luces de los patrulleros. Subió el volumen. La mujer había sido hallada por el sereno de la obra, temporalmente suspendida. La pava quebró el silencio con un silbido de locomotora. Llenó la taza de agua hirviendo y regresó al living. La misma voz femenina giraba en torno a las primeras especulaciones, siempre absurdas. La verdad terminaba siendo mucho más sórdida, como él mismo había tenido ocasión de comprobar en los años que llevaba como periodista.
Un incómodo escozor hormigueó como una corriente eléctrica en el cuerpo semidesnudo de Nicolás. De pronto sentía un calor insoportable. Deslizó la puerta de vidrio que daba al balcón y salió. Lloviznaba y un frío intenso le golpeó la cara y el torso. Se apoyó en la baranda que daba a la avenida Las Heras. El quiosco de revistas se desperezaba y un colectivo vacío cruzaba la solitaria avenida. Un taxi se detenía en el edificio de enfrente y una mujer descendía acomodándose el tapado sobre los hombros. La observó introducirse rápidamente dentro del edificio sorteando a un linyera que dormitaba en la entrada. Regresó al interior completamente empapado y aterido. Necesitaba un baño caliente.
•••
Dejó el auto en el estacionamiento y atravesó a paso firme las tres cuadras que lo separaban del Palacio de Tribunales. Cruzó el hall principal, saludó al ascensorista que lo condujo hasta el sexto piso y se detuvo ante una puerta con las cortinas corridas. Aún era temprano pero un resplandor le indicó que ya había gente dentro. Llamó dos veces y aguardó mientras sacudía en el suelo las gotas de agua que chorreaban de su paraguas. Desde algún lugar le llegó el olor a medialunas recién horneadas junto al rumor de risas y expedientes apilados en el suelo. Con un seco chasquido se descorrió la traba.
─ ¡Pero si es el cronista policial más madrugador de Buenos Aires!
Nicolás se dio vuelta y estrechó la mano de dedos largos que el secretario le tendía junto a una de sus amplias sonrisas.
─¿Qué te trae tan temprano por Tribunales?
─La chica que encontraron en Lugano –respondió apoyando el paraguas junto al perchero. Ustedes están de turno, ¿no?
─Sí. ¿Desayunaste?
─Tomé un café antes de salir.
─Vamos al Tribunales Plaza.
Descendieron en silencio las escaleras ocres, el solitario retumbar de sus pasos contra el mármol llenaba sus oídos. En la calle, un cielo plomizo impedía sostener que amanecía. Caminaron hasta la esquina, cruzaron Tucumán y entraron en el café. Durante el corto trayecto, apenas intercambiaron algunos comentarios sobre la derrota de Independiente y los consabidos rumores acerca del incierto destino del técnico.
─¿Me decías? -comenzó Ricardo ocupando una mesa al fondo, lejos de la ventana.
─¿Tenés información sobre la mujer que encontraron en la obra en construcción?
─Para mí un café con leche y tostadas con queso blanco. ¿Vos?
─Un café negro y dos medialunas, gracias.
El mozo se retiró y Nicolás reinició la charla jugando con un pequeño servilletero metálico.
─¿Se sabe la causa de la muerte? ¿Identificaron a la víctima?
─Todavía no sabemos nada. Gracias, Manuel. Las medialunas para el señor. La víctima fue encontrada hace unas horas nada más. A media mañana tendremos el informe forense con el resultado de la autopsia, después habrá que esperar a que reclamen el cuerpo. No hay otra manera de identificarla.
─¿A qué te referís?
─Le cercenaron las huellas digitales de manos y pies y le extrajeron todos los dientes. Vamos a tener que esperar a que la reconozca algún familiar. ¡Mermelada de durazno! Le dije diez veces a este gallego que me gusta la de frutilla.
─Tiene cierta semejanza con las muertes del caso Balmaceda.
─Es demasiado apresurado relacionar una cosa con la otra. Eso fue hace dos años.
̶ Coincidirás conmigo en que este tipo de crímenes no es muy común.
̶ Te aconsejo que si vas a escribir un artículo o una reseña sobre este crimen, lo hagas con… sobriedad.
─No te entiendo. ¿Qué tiene de particular “este” crimen? ¿Y qué es eso de la sobriedad? Yo no tomo en horario de trabajo.
─Estoy hablando en serio. Relacionar esta muerte con aquellas otras.
─Todavía no sabemos si lo están. Si lo que querés es que no dé la noticia, te aviso que llegás tarde. Acabo de verla en la televisión. A Crónica no se le escapan estas cosas, vos lo sabés. Y está en las tapas de todos los matutinos. ¡Puta madre! Este café está helado.
─Mirá, Nicolás, no soy quién para meterme en tu trabajo pero…
─Pero lo estás intentando de todas maneras. Y sin mucho tacto, además.
─Dejá la ironía un segundo, por favor. Estoy intentando prevenirte.
─Me parece que es subestimar al público pensar que porque un periodista relacione este crimen con otros ocurridos en otra provincia, no vayan a sacar sus propias conclusiones.
─No subestimo a nadie. Quizás tengas razón, pero no podía dejar de advertirte que podés meterte en camisas de once varas.
─¿Por insinuar una relación entre el cuerpo que encontraron hoy y las víctimas del caso Balmaceda? ¿No habrá algo que no me estás diciendo?
─El asunto de la trata de personas es un tema muy sensible y…
─Ahora me dictás la línea editorial. ¡No sabía que además de abogado eras periodista!
─Recordá que pretendí advertirte. Por el momento, no puedo decirte más.
─Entonces hay algo que no me estás diciendo –arriesgó Nicolás clavando en su amigo una mirada de halcón en vuelo rasante.
─Tengo que volver al juzgado a despachar unas excarcelaciones. ¡Mozo!
─No me contestaste.
─Soy consciente del gran favor que te debo y quise ponerte al tanto de un riesgo que puede concernirte. No puedo decirte nada más.
─¿Qué clase de riesgo?
─¿Qué te debo, Manuel? Cobrame todo.
─No sabía que entre tus funciones estaba la de invitar a desayunar a tus amigos periodistas para pedirles que se callen algunas cosas. Tu progreso en la Justicia es meteórico –dijo Nicolás mirando a los ojos a su amigo con los labios tensados en una sonrisa de sorna.
─Yo no te llamé, vos fuiste quien vino a verme. De todas maneras, te equivocás. Está bien, quedate con el vuelto. Gracias a vos, Manuel.
Ya en la calle, Ricardo se calzó el impermeable y Nicolás se subió las solapas de su piloto.
̶ No quiero ponerte una mordaza… -recomenzó el funcionario judicial.
─Se me hace tarde, en serio. Te agradezco el desayuno y el consejo. Llamame un día de éstos y vamos a almorzar, yo invito.
Sin volver la vista atrás, cruzó Talcahuano trotando con un ojo puesto en el parpadeante hombrecito rojo del semáforo. Ricardo observó a su amigo alejarse con la espalda doblada hacia delante y sacudió la cabeza. Hundió las manos en el impermeable y atravesó Tucumán en dirección al Palacio de Tribunales.
La punta metálica de un portafolio golpeó a Nicolás en la rodilla y una cara de expresión adusta murmuró unas disculpas apresuradas. La lluvia había vuelto a hacerse intensa y el viento convertía las heladas gotas en minúsculas dagas. De pie en la esquina del Teatro Colón, se miró ambas manos vacías y refunfuñó. Prefería mojarse antes que regresar a buscar su paraguas.
2
̶ ¿El azul o el rosa?
̶ ¡El azul, Coty! No creo que Daniel quiera invitar a una nena a la fiesta del sábado.
̶ ¡¿Quién te dijo que quiero ir con… con… ése?!
Constanza se asomó, entre risas, a la puerta del dormitorio mientras daba tirones aquí y allá a su sweater azul para terminar de amoldarlo a su cuerpo.
̶ Tocan el timbre. ¿Esperás a alguien? ¡Son las seis y cuarto!
̶ Es Jesica, Amby. Abríle que yo cuido que no se quemen las tostadas. ¿Dónde pusiste la mermelada? ¡Ya está! –anunció triunfal cerrando la perilla del gas justo cuando la leche ascendía peligrosamente hasta el borde del jarro.
̶ ¡Está en la mesa! Hola Jesica, pasá. Veo que Constanza no es la única a la que el examen de física le dio insomnio.
̶ La física no es lo mío, es un mal innecesario. ¡Mermelada de arándanos! En mi casa la prohibieron porque dicen que tengo que cuidarme.
̶ ¡Pero si estás re bien!
̶ Todavía tiene los ojos con legañas. No le hagas caso, Jesica.
̶ Cumplo con mantenerme lejos de las cosas que engordan.
̶ Espejos, balanzas…
̶ ¡Coty! No seas así con tu amiga. Siéntense y tomen el café con leche antes que se enfríe mientras sirvo las tostadas.
̶ Acabo de ver a Daniel –susurró Jesica asomándose por encima de la taza humeante.
̶ ¿Dónde? Seguro que iba a la casa de Juan.
̶ Caminaba de la mano con una chica.
̶ ¿Qué cosa? No te puedo creer. Si ayer estuvimos en… Hijo de mil…
̶ ¡Es mentira, es mentira! ¿Te lo creíste? ¿Así que estuvieron juntos? ¿Dónde?
̶ ¡Callate, tonta! No me hagas esas jodas.
̶ ¡Contame, contame!
̶ No me hagas esas jodas, me pusiste re mal.
̶ ¿Fue en su casa? Porque acá no habrá sido, ¿no? ¿O sí?
̶ Nada que ver.
̶ Vamos chicas, a desayunar. Tengo que irme a trabajar.
̶ ¿Puedo venir a almorzar con Constanza? Mis viejos se van a Chivilcoy a hacer unas compras para el negocio.
̶ Bueno. Pero nada de traer noviecitos, ¿no? –advirtió Ámbar sosteniendo entre los dientes una hebilla para el pelo.
̶ No, señora –respondió Jesica con socarrona seriedad y la boca llena.
̶ ¡¿Señora?! No seas atrevida, mocosa. No tengo ni diez años más que vos. Jaja. Nos vemos, chicas. Suerte en el examen de hoy. Te veo a la tarde, Coty.
̶ Chau –saludó su hermana mordiendo una tostada desbordante de mermelada.
• • •
Se detuvieron antes de llegar a las vías, el tintineo hipnótico del paso a nivel les provocaba una ligera y persistente somnolencia. Una locomotora diesel arrastraba con pereza unos oxidados vagones de carga bajo un cielo de plomo. La rumorosa hilera se llevó consigo los cálculos aritméticos y las fórmulas memorizadas a golpe de café y dejó paso a lo que constituía el tema de conversación de todo el colegio: la fiesta del próximo sábado.
Las dos adolescentes atravesaron la vía para costear el paredón mohoso de la fábrica de conservas. Una vecina madrugadora envuelta en un batón floreado barría la vereda y alzó una mano al ver pasar a las chicas. Un viento fuerte arremolinaba en los tobillos un colchón de hojas amarillentas. Reían animadas y criticaban el pelo de una y los dientes torcidos de otra cuando Jesica tropezó con el saliente de una baldosa, oculta por una pequeña pila de hojas secas. Emitió un chillido y se aferró con fuerza instintiva al brazo de Constanza, que dejó caer su morral para sujetarla.
̶ ¡La puta madre! Creo que me doblé el tobillo.
̶ No exageres. Mové un poquito el pie para que se te pase el dolor.
̶ ¡Te digo que me lo doblé! ¡Ay, ay, ay! ¡Cómo me duele, baldosa de mierda!
El susurro apagado de las hojas bailoteando en el aire al compás de una ráfaga de viento les impidió percatarse de otra clase de rumor, el de unos neumáticos deteniéndose unos metros más atrás. Constanza, sujetó a su amiga por la cintura.
̶ ¿Podés caminar? –inquirió.
̶ Creo que sí, pero me duele mucho todavía. ¡La put…!
Jesica se proyectó hacia delante y cayó sobre un montón de hojas y ramas secas. Una inesperada presión oprimió la garganta de Constanza cuando quiso gritar. Le faltaba el aire y la calle entera se sacudía con violencia sísmica. Una sombra gigantesca se inclinó sobre su amiga caída en el instante en que sus pies se despegaban del piso. Se sacudió e intentó liberarse en medio de una nube de polvo que le escocía los ojos y le nublaba la visión. La figura negra abandonó a Jesica y se volvió hacia ella, que impulsó sus piernas para rechazar el ataque. Dos manos implacables contuvieron sus patadas con movimiento hábil. Se agitaba con desesperación mientras veía pasar con rapidez cinematográfica las ramas desnudas de los paraísos. La arrastraron y la cargaron en el asiento trasero de un auto.
Pronto, la calle recuperó su silencio habitual. Era como si nada hubiera sucedido.
De rodillas en mitad de la vereda y apretándose el brazo derecho contra el cuerpo, Jesica descubrió que estaba sola. El viento chocaba incansable contra el paredón gris y rebotaba alzando ante sus ojos densas nubes de polvo y hojas muertas. Miró a todos lados. Su amiga había desaparecido. Una gota tibia resbaló pesadamente desde su mentón y le manchó el jean. Se tocó la cara, que latía con vida propia. Debía tener algún hueso roto. El goteo pausado se volvió un hilo delgado y continuo de sangre que comenzaba a formar un charquito. Se llevó las manos a la cabeza y gritó, gritó, gritó.