Las ciudades invisibles de ĂŤtalo Calvino: capĂtulo VI (comienzo)
—¿Te ha sucedido alguna vez ver una ciudad que se parezca a ésta? —preguntaba Kublai a Marco Polo asoman do la mano ensortijada fuera del baldaquino de seda del bucentauro imperial, para señalar los puentes que se arquean sobre los canales, los palacios principescos cuyos umbrales de mármol se sumergen en el agua, el ir venir de los botes livianos que dan vueltas en zigzag impulsados por largos remos, las gabarras que descargan cestas de hortalizas en las plazas de los mercados, los balcones, las azoteas, las cúpulas, los campanarios, los jardines de las islas que verdean en el gris de la laguna.
El emperador, acompañando por su dignatario extranjero, visitaba Quinsai, antigua capital de depuestas dinastĂas, Ăşltima perla engastada en la corona del Gran Kan.
—No, sir —respondió Marco—, nunca hubiese imaginado que pudiera existir una ciudad semejante ésta.
El emperador trato de escrutarlo en los ojos. El extranjero bajo la mirada. Kublai permaneciĂł silencioso todo el dĂa.
DespuĂ©s del crepĂşsculo, en las terrazas del palacio real, Marco Polo exponĂa al soberano los resultados de sus embajadas. Habitualmente el Gran Kan terminaba las noches saboreando con los ojos entrecerrados estos relatos hasta que su primer bostezo daba al sĂ©quito de pajes la señal de encender las antorchas para guiar al soberano hasta el PabellĂłn del Augusto Sueño. Pero esta vez Kublai no parecĂa dispuesto a ceder a la fatiga.
—Dime una ciudad más— insistĂa.
—…Desde allĂ el hombre parte y cabalga tres jornadas entre gregal y levante…—proseguĂa diciendo Marco, y enumeraba nombres y costumbres y comercios de gran nĂşmero de tierras. Su repertorio podĂa considerarse inagotable, pero ahora le toco a Ă©l rendirse. Era el alba cuando dijo: Sir, ahora te he hablado de todas las ciudades que conozco.
—Queda una de la que no hablas jamás.
Marco Polo inclinĂł la cabeza.
—Venecia— dijo el Kan.
Marco sonrĂo.
—¿Y de qué otra cosa crees que te hablaba?
El emperador no pestañeó.
—Sin embargo, no te he oĂdo nunca pronunciar su nombre.
Y Polo:
—Cada vez que describo una ciudad digo algo de Venecia.
—Cuando te pregunto por otras ciudades, quiero oĂrte hablar de ellas. Y de Venecia cuando te pregunto por Venecia.
—Para distinguir las cualidades de las otras, debo partir de una primera ciudad que permanece implĂcita. Para mi es Venecia.
—DeberĂas entonces empezar cada relato de tus viajes por la partida, describiendo Venecia tal como es, toda entera, sin omitir nada de lo que recuerdes de ella.
El agua del lago estaba apenas encrespada; el reflejo de cobre del antiguo palacio de los Sung se desmenuzaba en reverberaciones centelleantes como hojas que flotan.
—Las imágenes de la memoria, una vez fijadas por las palabras, se borran —dijo Polo—. Quizás tengo miedo de perder a Venecia toda de una vez, si hablo de ella. O quizás, hablando de otras ciudades, la he ido perdiendo poco a poco.
ĂŤtalo Calvino
Fuente: http://rodolfogiunta.com.ar/Historia%20urbana/Las%20ciudades%20invisibles%20(Italo%20Calvino).pdf
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