La meta

 

Una mañana, Gregorio se despertó de un sueño intranquilo y se encontró convertido en Franz Kafka. Estaba tirado en su cama y al levantar un poco la cabeza, vio que tenía puesta una camisa blanca gastada, un traje negro también gastado, unos zapatos negros sin lustrar, una corbata del mismo color y un sombrero gris.

—¿Qué me pasó? —se preguntó Gregorio.

Y se dio cuenta de que no era un sueño. Porque su habitación seguía siendo la habitación de siempre. Arriba de su escritorio, estaba la computadora, la impresora y la pecera, con un solo pez.

Detrás del escritorio, estaba su biblioteca repleta de libros.

Colgando de uno de los estantes, había una foto de Franz Kafka sostenida por una chinche, que el mismo Gregorio había recortado de una revista literaria.

Pegadito a la biblioteca, como empotrado en la pared, había un gran espejo, que apuntaba directamente a su cama. Gregorio se miró en él y se impresionó con lo que vio. Bueno, no era para menos. Su cara y su cuerpo, ¡eran la cara y el cuerpo de Franz Kafka!

Al principio, descubrir que se había convertido en el escritor que tanto admiraba, lo llenó de alegría. Pero el nuevo cuerpo era pesado, muy pesado, y le generó unos terribles dolores musculares que acabaron con esa sensación de felicidad que había sentido al principio.

Afuera llovía. La lluvia lo melancolizó.

“No puede ser lo que me está pasando… Tengo que estar soñando… ¿Y si sigo durmiendo y me olvido de toda esta locura?”

Pero quiso seguir durmiendo y no pudo.

“Reconozco que todo lo que estuve escribiendo en estos últimos cinco años tenía un parentesco con Kafka. ¡Pero nunca pensé que fuera para tanto!”

Arrastrando la espalda, se deslizó lentamente hacia la cabecera de la cama para poder levantar un poco más la cabeza. Pero se encontró con que tenía el sombrero ¡pegado a su cabeza! Esto le dificultó aún más el desplazamiento. Para colmo, el traje que tenía puesto, por más que quería, no se lo podía sacar. Estaba adherido a su cuerpo. Como una capa de piel más.

Gregorio no la estaba pasando bien. Sentía que se quemaba con fuego, fuego con el que había estado jugando estos últimos años.

 

*

 

“¿Tendrá la culpa de todo esto la cerveza?”

“Cada vez que tomo cerveza al otro día me duele mucho la cabeza.” “¿O estaré duro por la merca…?”

“Pero si anoche no tomé cocaína.”

“Es más, rara vez tomo. De vez en cuando, me tomo alguna rayita. Pero no más que eso”. “La verdad, no entiendo nada. Porque anoche no fumé, no tomé… Bueno… Un par de cervezas.”

“Pero no volví borracho. O sea, esto no es delirium tremens.” “¿Qué carajo me está pasando?”

 

*

“¡Menos mal que me anoté en la facultad a la tarde…!”

“Después de una negociación que incluyó adelantar materias para recibirme lo antes posible, arreglé no trabajar hasta que me recibiera.”

“Mamá estuvo de acuerdo. Papá no, para variar… Es que no me entiende… La facultad te absorbe mucho tiempo… ¡Y eso que este cuatrimestre me anoté en una sola materia!”

“El cuatrimestre anterior me anoté en tres, pero hay algo de la facultad que todavía no me termina de cerrar del todo… Por un lado, me parece que la carrera es larga, muy larga. Y por el otro, de la facultad de Letras no se sale escribiendo; se sale criticando a los que escriben. Ojo, con esto no estoy diciendo que voy a dejarla. Sé que algún día me voy a recibir. Se lo prometí a papá, que es el que más me rompe las pelotas.”

“Pasa que la carrera no me termina de convencer del todo. Debe ser porque yo quiero dedicarme a escribir… Bueno, momentito, soy escritor. Un escritor que le encantaría tener más tiempo para escribir… Ojo, no es que no lo tenga, pero tardo mucho en escribir una página; no sé por qué. Me gustaría ser más rápido, fluir más frente al papel…”

“Lo bueno es que lo que escribo a Miguel, Víctor, Sebastián y Max, que son mis amigos de toda la vida, les gusta mucho… ¡Y ojo que son exigentes!”

“En cambio, a mis compañeros de la facultad prefiero no mostrarles nada. ¡Es que critican con mucha dureza incluso a escritores consagrados! Y si hacen eso con escritores reconocidos, ¡no quiero ni pensar lo que harían conmigo!”

“Eso sí, salvo Milena, una chica muy linda que recién entró este año a la facultad… Es la chica más sensible y más hermosa de toda la facultad… ¡Y eso que recién empezó! Le gusta leer y es muy aguda, ¡ojo que no la estoy idealizando! No, para nada. Les aseguro que es una lectora sutil, distinta… Miren si será sensible que el otro día le mostré un cuento que había escrito sobre un hombrecito que es acusado y nunca sabe bien de qué se lo acusa, y cuando le pregunté qué le parecía, me dijo que se emocionó muchísimo… La única crítica, que no fue crítica sino una observación, fue que le pareció un poco largo. ¡Y eso que estamos hablando de ocho páginas…! En fin…”

“La verdad, estoy muy enamorado de Milena. Lo que sí, lástima que sea tan histérica… Bueno, tiene veinte años… Sé que por momentos seducirla es una tortura porque para enamorar a una histérica, no basta con que Cupido le tire una flecha. Tiene que tirarle por lo menos nueve o diez… Pero bueno, es el precio que hay que pagar por una chica que vale la pena.”

“Ojo, igual no me molesta que sea tan histérica. Después de todo, todos lo somos a esa edad. Yo, a los veinte, también era muy vueltero. Ahora, por suerte, no” —y al mismo tiempo, empezó a girar y a dar vueltas su cabeza, una y otra vez, una y otra vez, buscando el despertador.

“¡Dios mío! ¡La una del mediodía! ¡Bueno, basta! Vamos a levantarnos. Dejémonos de joder.

Tengo que ir a la facultad. ¡Voy a llegar tarde!”

El profesor y escritor Ricardo Piglia dijo algo revelador. Dijo que lo maravilloso de una obra como La Metamorfosises que el protagonista de esta historia, más que estar preocupado por haberse convertido en un insecto, está preocupado por ir a trabajar.

 

*

 

—Gregorio —dijeron del otro lado. Era la mamá—. Son la una y diez. ¡Tenés que ir a la facultad!

La mamá de Gregorio siempre decía “son” la una.

Lo correcto sería decir “es” la una, porque “una” es singular. Pero ella siempre decía “son” la una.

Y no le importaba.

—Sí, ya lo sé… —dijo Gregorio, y al oírse se asustó. Porque escuchó que su voz, evidentemente, no era su voz de siempre. Parecía un texto dicho por un mal actor, que encima sobreactuaba.

—Dale, metele…

—Ya voy, ma… —respondió. Otra vez se escuchó con esa voz que definitivamente no le pertenecía.

Cuando su papá oyó que todavía Gregorio seguía en casa y no había ido a la facultad, hecho una tromba, quiso abrir la puerta. Pero no pudo. Estaba cerrada con llave y encima del lado de adentro.

—¡La puta que te parió, Gregorio Peña! ¡Dejate de pelotudear que tenés que ir a la facultad! —y le pegó una piña.

—Ya voy papá, ya voy… Pasa que estoy duro… muy duro —dijo Gregorio, con esa voz, que seguía sin ser la suya.

Gregorio quiso sentarse, pero no pudo. Es que el saco del traje estaba muy almidonado, y entonces le costaba mucho doblar su cuerpo en dos.

En lugar de un traje cien por ciento algodón, era un traje cien por ciento almidón. Parecía un traje hecho con el cartón de las cajas, en las que vienen los televisores.

Se desesperó. Porque tras que no podía moverse, ¡estaba llegando tardísimo a la facultad!

 

*

 

Alguien tocó timbre.

—¿Quién carajo es…? —preguntó el papá.

—¿Quién es? —preguntó Gregorio a los gritos.

—Es la policía —respondió la mamá.

Gregorio se puso muy paranoico. Pensó que el policía venía a detenerlo. “Pero, ¿por qué me detienen?”

“¿De qué se me acusa? ¡Díganme, por favor!” “¡Quiero saber!”

“Y si me están acusando de algo que no cometí, quiero saber de qué se acusa…” “¿De qué se me acusa, por Dios? ¡Yo no hice nada!”

Seguramente lo habían calumniado a Gregorio P., porque sin haber hecho nada malo, iba a ser detenido una mañana; bueno, un mediodía.

 

*

 

Gregorio imaginaba que el policía que preguntaba por él era alto y flaco. Pero se equivocaba. Y por mucho. Lo que había abajo era un policía gordito y petiso, que le entregaba a su mamá un papel rectangular que decía con letras grandes y visibles: “CONTRA LA INSEGURIDAD. ¡VECINOS EN ALERTA!”. En letras más chiquitas, estaban los números de teléfono de la seccional, más el celular del comisario.

—Mire, señor policía, si usted vino hasta acá para acusarme de plagio, ¡váyase! Ojo, yo sé que hay afinidades sospechosas entre mi obra y la obra de Franz Kafka. Pero no se trata de un plagio.

Claramente. En mi caso, hay que hablar de intertextualidad, sobreinterpretación, relectura o si prefiere de homenaje. Porque si no, usted está desconociendo que las relaciones de analogía, contigüidad y semejanza, están siempre latentes en casi todos los textos… Ojo, yo sé que de un tiempo a esta parte, los “préstamos” literarios, parecen haberse multiplicado y por eso cada vez hay más denuncias por plagio. Pero en este caso, se parece mucho a otro caso que usted sin duda desconoce, y sienta jurisprudencia… A ver, ¿usted sabía que en un libro llamado Anatomía de El proceso, el profesor Sánchez Trujillo (su autor), demuestra mediante una comparación rigurosa, la coincidencia exacta de las reescrituras realizadas por Kafka sobre la obra de Dostoievski?

El policía no entendía ni jota. La mamá de Gregorio tampoco. Gregorio, envalentonado, estiró con mucha dificultad su brazo, y agarró un apunte que tenía en la mesa de luz. Se los leyó con esa voz que seguía sin ser suya.

—Así es El inicio de La metamorfosis estaría contenido en el tercer capíulo deCrimen Castigo.

Escuche compare. la mañana siguiente se despertó tarde, luego de un sueño agitado donde no había podido descansar.Raskolnikov se sentía como una tortuga dentro de su caparazón. ahora escuche esto: Una mañana,Gregorio Samsa despertó de un sueño intranquilo se encontró convertido en un monstruoso insecto. Bueno, es cierto que un insecto no es una tortuga, pero se parecen bastante. ¿O no…? La finalidad es la misma… Digo, la meta en ambos casos es mostrar que uno se siente la peor basura del universo… Es más, si uno analiza El proceso de Kafka y lo compara con Crimen y Castigo también encontrará muchas coincidencias. Por ejemplo, si uno observa detenidamente a los personajes o los lugares donde suceden los hechos, son sospechosamente parecidos. Escuche lo que dijo el profesor SáncheTrujillo:Leí CrimeCastigvariavecesTodalavecequfueronecesariapartener los detalles de la novela en la cabeza. Luego, empecé a leer la obra completa de Kafka en orden cronológico, con la novela de Dostoievski a un lado, para poder ir subrayando las posibles coincidencias entre las dos obras. El resultado fue asombroso. Todo parecía indicar que Kafka se la habípasadrescribiendlnoveldDostoievski

—…

—…

—De hecho, si llegan a leer Crimen y Castigo, van a ver que las aventuras de Raskolnikov en la comisaría, son típicas aventuras kafkianas… Ahora bien, ¿a dónde quiero llegar con todo esto…? Que más allá de las evidentes y obvias similitudes, no por eso vamos a decir que Kafka plagió a Dostoievski… Es simplemente que hay un aire en común, un aire de familia entre Kafka y Dostoievski… ¿O van a ser tan ignorantes, y decir que estamos frente a un plagio? ¡Por favor! Es más, Jorge Luis Borges, que se confesó un discípulo tardío de Kafka, aseveró que el género literario desarrollado por Melville en El escribiente va a ser retomado y profundizado por Kafka en casi todos sus relatos. Incluso va más allá y afirma que el género literario desarrollado por Melville en Moby Dick, también será retomado y profundizado por Kafka en novelas tales como El castillo, El Procesoy América… ¡Si Moby Dick no es ni más ni menos que una persecución infinita por un mar infinito…! Ahora bien, más allá de las evidentes y obvias similitudes, no por eso vamos a decir que Kafka plagió a Melville… Además, si lo hizo, como dice Borges, es mejor plagiar a otros que plagiarse a uno mismo, ja, ja, ja…

—…

—…

—Por eso, señor policía, si después de escuchar todo esto, usted insiste en acusarme a mí de plagio, debo decirle que está muy equivocado… Porque, y métaselo bien en su cabecita azul, la literatura se construye en base a intertextualidad, sobreinterpretación, relecturay homenaje… ¡¿Me entendió?!

La mamá de Gregorio sonrió incómoda. El policía también.

—Discúlpelo, oficial. Hoy tiene un día difícil… Dice que no se puede mover. Que está duro.

—¿Duro…? Durísimo, ja, ja —haciendo un chiste que la mamá de Gregorio no entendía.

Pasa que la mamá de Gregorio vivía adentro de un tupper. En cambio, el policía, adentro de un raviol.

Se saludaron y antes de irse, el policía sacó de su bolsillo unos bonos contribución.

—Señora: me olvidé de decirle. Con los muchachos de la comisaría estamos repartiendo unos bonos para juntar dinero para la cooperadora policial.

—¿Y cuánto vale cada bono?

—El valor lo pone usted, señora. Es a voluntad…

*

 

El papá de Gregorio, que no podía creer que su hijo siguiera en su casa, le pegó re caliente una patada a la puerta.

—Gregorio, ¡me tenés podrido! ¡¿Qué carajo te pasa?! ¡No laburás, no hacés un carajo! ¡Tenés veinticinco años y te comportás como un pelotudo! ¡Encima todas las noches te la pasás de joda con esos pelotudos que tenés de amigos! Yo a tu edad, laburaba todo el día, la concha de tu madre…

¡Dejate de joder…! ¡¿Vos sabés lo que me cuesta mantenerte?! ¡¿Y todo para qué?! ¡Para que no hagas lo único que te pido que hagas, que estudies y termines la facultad! ¡Sos un atorrante! ¡El cuatrimestre pasado empezaste con que la facultad exige mucho y que anotarse en tres materias era demasiado, carajo! ¡Que no podías, que no te alcanzaba el tiempo! ¡Al final, te anotaste en una sola! ¡Y hoy, que tenés que ir cursar, no vas! ¡Sos un atorrante…! ¡Ya mismo te buscás un trabajo y te dejás de rascar las pelotas! ¡¿Escuchaste?! ¡Es la última vez que te lo digo!

—Pero papá, ya me levanto… Ya me levanto…

—¿Todavía seguís en la cama la puta que te parió?

—Ya mismo me levanto.

Sacando fuerzas no sabía de dónde, se impulsó con violencia y logró ponerse de pie.

No haberse caído al suelo lo puso muy contento. En cierta forma, estaba consiguiendo dominar su cuerpo.

De repente, sus dos patas se empezaron a mover solas de manera hiperquinética. A las patas, se sumaron los brazos, que empezaron a moverse también de manera alocada, como si fueran dos antenas.

 

*

 

Cuando más o menos pudo controlar el movimiento alocado de sus extremidades, empezó a pensar. A pensar en lo que le estaba pasando, porque… ¿Por qué le estaba pasando todo esto justamente a él?

“Ahora entiendo todo: soy la reencarnación de Franz Kafka. Al final tenía razón cuando decía que había muchas similitudes entre su vida y la mía.”

Una vez más, se le dio por comparar realidades disonantes que, al forzarlas demasiado, se volvían una misma cosa…

“Kafka nació un tres de julio y era de Cáncer. Yo también soy de Cáncer. Nací un nueve de julio”.

“Los papás de Kafka eran comerciantes y los míos también fueron comerciantes. Tenían una almacén que, cuando aparecieron los supermercados, tuvieron que cerrarlo porque no daba. Con la venta del fondo de comercio, papá compró dos taxis. Uno lo maneja él y otro mi primo el Pupi”.

“Kafka tenía un primo que se llamaba Robert. Y mi primo, que le decimos Pupi, en realidad se llama Roberto. O sea, Robert”.

“El padre de Kafka siempre se opuso a que Franz se dedicara a la literatura. Mi papá también”. “Kafka se llevaba para el culo con su padre. Yo también”.

“El mejor amigo de Kafka se llamaba Max. Max Brod… Mi mejor amigo se llama Máximo, pero le decimos (le digo) Max”.

“Kafka era judío. Y yo siempre quise ser judío”.

“Kafka se recibió de abogado. Yo, antes de estudiar Letras, hice el CBC para Derecho”. “El protagonista de LaMetamorfosisse llama Gregorio. ¡Yo me llamo igual!”

“Kafka terminó trabajando en una compañía de seguros. Mi papá quiere que sí o sí trabaje.” “Kafka, antes de morirse, le pidió a su amigo Max Brod que quemara su obra. Yo le pedí a Max que, cuando me muera, queme todo lo que escribí”.

“Kafka tuvo un amor imposible llamado Milena. ¡Yo también tengo un amor imposible que se llama Milena!”

“Kafka tuvo un amor secreto que nadie, ni siquiera su hermana, supo: su hermana… y yo, bueno, en fin, cambiemos de tema…”

KafkfurechazadpolaeditorialesYtambiénPorqusiemprqulemandmicuentos y aforismos, nunca me contestan. Recuerdo que cuando llamaba por teléfono, siempre me atendía una secretaria que me decía lo mismo: El editor está en una reunión. Déjeme algún teléfono,que lo va a llamar… nuncmllamaban… Nunca.

“En fin, ¿no son demasiadas coincidencias?”

A Gregorio lo tranquilizaba mucho que un escritor genial haya soportado los mismos rechazos que él estaba sufriendo.

 

*

 

—¿Y? ¡¿Te vas a levantar o vas a seguir durmiendo, atorrante?! —le gritó el papá, que se moría de ganas de tirar la puerta abajo.

Gregorio se puso a toser para aclarar esa voz que seguía sin ser suya, y sacarse de encima esa molesta flema que sentía en forma permanente en la garganta.

En una de las expectoraciones, notó que de su boca salió un hilito de sangre. “¿Qué pasa? ¿estoy escupiendo sangre? ¡No puede ser!”

Sintió miedo.

Desesperado porque alguien lo ayudara, se arrojó contra la puerta para abrirla.

Por suerte, en ningún momento perdió la estabilidad. Estiró su mano para girar la llave que seguía puesta en la cerradura y, con mucha dificultad, comenzó a girarla. Abrió la puerta y se mostró para que vieran cómo estaba.

Cuando su papá, su mamá y su hermana Brenda lo tuvieron en frente, no gritaron horrorizados.

—Gregorio, ¿sos vos…? —preguntó finalmente su mamá.

Lo ridículo era que Gregorio no era una réplica humana de Franz Kafka. Era una réplica caricaturesca de Franz Kafka. Por eso, su fisonomía se veía extremadamente ridícula. Parecía dibujada por un historietista.

La mamá dio dos pasos hacia Gregorio y lo miró con curiosidad.

—Ay, Gregorio, ¡qué ojos más grandes tenés! —exclamó.

Son para verte mejor —dijo Gregorio, imitando la voz de una abuelita.

—Ay, Gregorio, ¡y qué orejas más grandes tenés!

Son para oírte mejor —contestó Gregorio, siempre imitando la voz de una abuelita.

—Ay, Gregorio, ¡qué dientes más grandes tenés!

Son para… ¡comerte mejoooor! —gritó Gregorio, ya no con la voz de una abuelita. Contrariamente a lo que en el fondo hubiera deseado Gregorio, no se convirtió en Charles

Perrault. Siguió siendo una caricatura de Franz Kafka. Con un triste agregado. Ni siquiera era una caricatura nítida. Era una caricatura borrosa que, si uno la miraba con más detenimiento, se parecía a uno de esos apuntes fotocopiados de la facultad, que apenas pueden leerse porque son copia de una copia de una copia.

La mamá seguía mirándolo absorta. En cambio, su hermana Brenda no.

Sin embargo, su papá, el que menos paciencia le tenía, decidió pasar a la acción. Podrido de que no estudiara ni trabajara, agarró a Gregorio de las solapas, lo zamarreó, lo giró, y le pegó tal patada en el culo, que Gregorio voló literalmente por el aire.

El envión fue tan violento que Gregorio terminó de vuelta en su habitación, batiendo el record de salto en largo.

En realidad se trataba de un doble record. Su papá había dado la patada en el culo más fuerte que se hubiera visto.

Después del patadón, el papá agarró la puerta y la cerró con la misma fuerza con la que le había pegado el shot en el orto. La puerta casi más pasa para el otro lado del envión que traía. Las bisagras y el marco, trabajando en equipo, impidieron que eso pasara.

Luego, con las pelotas muy hinchadas, agarró las llaves del auto, se subió al taxi y se fue. A trabajar.

Gregorio no. No fue a buscar trabajo. Tampoco fue a la facultad. Se quedó solo y muy angustiado en su cuarto, esperando no sabía bien qué.

Una sensación de somnolencia comparable a la escala previa a la depresión, lo volteó y cayó sobre la cama. Así como estaba, vestido, se quedó profundamente dormido.

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