Un nombre para lo que soy, importa muy poco. Importa lo que me gustaría ser.
Me habría gustado ser una luchadora. Quiero decir, una persona que lucha por el bien de los otros. Esto desde pequeña lo quise. ¿Por qué el destino me fue llevando a escribir lo que ya escribí, en lugar de desarrollar en mí la cualidad de escritora que yo tenía? De pequeña, mi familia en broma me llamaba “la protectora de los animales”. Porque bastaba que acusaran a alguien para que yo inmediatamente los defendiera. Y yo sentía el drama social con tanta intensidad que vivía con el corazón perplejo ante las grandes injusticias a las que se ven sometidas las llamadas clases menos privilegiadas. En Recife yo iba los domingos a visitar la casa de nuestra empleada en los mocambos. Y lo que veía me hacía prometerme que no permitiría que eso continuara. Yo quería actuar. En Recife, donde viví hasta los doce años de edad, había muchas veces en las calles un conglomerado de personas ante las cuales alguien exponía ardorosamente sobre la tragedia social. Y recuerdo cómo vibraba yo y cómo me prometía que un día ésa sería mi tarea: defender los derechos de los otros.
Sin embargo, ¿qué terminé siendo, y tan pronto? Terminé siendo una persona que busca lo que se siente profundamente y usa la palabra que lo exprese.
Es poco, es muy poco.