Caballos
«El caballo es hermoso como un viento
que se hiciera visible,
pero domar el viento es más hermoso,
y el domador lo sabe.»
LEOPOLDO MARECHAL
Para escribir fuerza, velocidad, viento. Para escribir violencia, corazón, deseo. Para darle una imagen al cuerpo que no es más que un instante, Cecilia Maugeri eligió Caballos. Así tiran los caballos de la palabra, tiran las palabras de la autora, la persiguen, la raptan, juegan con ella, quien buscará domarlas, aún sabiendo que viven en la fuga, porque tira la sangre, sin lágrimas ni descanso.
El libro está dividido en cinco momentos: la doma, la fuga, el rapto, la persecución y el agotamiento. La palabra Caballo tendrá un sentido distinto en cada una de estas divisiones, pero siempre será la marca del cuerpo, de lo terrenal, de lo efímero.
La doma es un catálogo equino donde el caballo no ha adoptado todavía sentidos antropológicos. Sin embargo, se muestra una ambivalencia presente en todo el libro: cómo amar la fuerza de la naturaleza y a su vez querer domesticarla: miren todo lo que estos caballos pueden hacer.
La fuga es un homenaje al libro El barón rampante, de Ítalo Calvino, construida como una hermosa poesía narrativa. Viola le enseña a Cósimo las reglas del cielo y de la tierra. El juego de la provocación es el del desencuentro: a él le ha sido destinado el aire y a ella, la tierra. Viola siempre escapa, se construye como mujer y jinete. El caballo es lo masculino domesticado, domar es hacer que un animal pierda su bravura, que obedezca. Viola en su caballo horada la tierra, siempre de género femenino, es dueña de sí misma. Pero esa es la tragedia de ser una mujer domadora: cómo entregarse al amor sin ceder su libertad, su poder sobre el viento: correrá/para no sentir el hueco/caliente/a un lado del cuerpo.
En El rapto, volvemos a una tradición literaria donde lo femenino es pasivo y lo masculino brutal. El caballo ahora es el hombre, es la fuerza: así se presenta él, como una exhalación de la llanura. El encuentro que se produce es violento. Es claro que aquí, en el falso misterio de la frontera, la brutalidad es la marca del hombre y la sumisión la de la mujer. De todas formas, encontramos cierto poder en esa delicadeza, ya que vuelve la explosión un trote, enseña que a la belleza hay que cuidarla, que puede ser un arma, un juego, otra provocación: Ella le pone una mano en el pecho […] él se siente tocado, violado […] Se ríen. Lloran de risa. Y de los nervios. Y del miedo. Y del amor. Con este movimiento, Cecilia pone énfasis en nombrar una ausencia: la mujer de la tradición gauchesca nunca tuvo nombre, siempre fue cautiva, raptada, Dócil. Inocente. Sin palabra.
La persecución y El agotamiento pueden ser leídos en conjunto ya que aquí aparecen claramente el escritor y la vida, el instinto y la mente, el paso del tiempo, el poder detenerse para mirar atrás y luego al frente: Esto, la quietud, viene a mí sin aviso. Hace mucho tiempo tendría que haber parado. Siento el agotamiento de hoy y de todos los años corridos en mi cuerpo.
En este libro la seducción en un juego de fuerzas, donde ella y él intercambiarán papeles constantemente. La atracción de los cuerpos se explica por el desencuentro, por el peligro, el desafío, la entrega, el orgullo, el dominio, poder soltar, rendirse, volver, irse, estarse quieto.
Puedo afirmar que al cerrar este libro, no pude dejar de sentir el ruido de los cascos latiendo contra la piel y un relincho en la distancia abriendo la noche y un nombre de mujer que a su vez era todos los nombres.
Nicolás Pazos