La lectura es una herramienta indispensable para aprender a escribir creativamente. Ojo, no me refiero a la lectura de comprobación, que apunta al entendimiento del contenido. La lectura que estimula la creatividad es la más intuitiva, la que nos conecta con la experiencia íntima de despertar rincones de la mente que ni sabíamos que existían.

¿Cómo se logra esto? Para responder a esta pregunta convoqué a Sole Arienza, profe de Literatura y coordinadora de talleres de lectura, para que comparta con vos sus tips de lectura. De paso, te invito a que chusmees su web, donde comparte sus textos (¡escribe hermoso!) y recomienda lecturas.

Pautas y consejos de lectura

Leer es un hábito y, como tal, necesitamos crearlo y entrenarlo. Pensá en muchas de tus rutinas cotidianas como madrugar, acostarte temprano, llevar cierto tipo de alimentación, hacer un deporte o empezar un nuevo hobby. Es probable que al comienzo te costara realizarlas y que tuvieses que programarte especialmente para hacerlas. Con el tiempo, al incorporarlas como una parte tuya, seguramente ya no tuviste que pensarlas: simplemente las hacés, e incluso sentís que te falta algo si las salteás en tu rutina.

Con la lectura sucede exactamente así. Con mucha frecuencia escucho frases del estilo: “Me gustaría leer más, pero no encuentro el tiempo”, “Me encanta leer, pero me cuesta concentrarme”, “Me olvido de lo que leo con mucha facilidad” o “Cuando leo, no sé a qué prestarle atención”. Para todo eso, armé esta lista de pautas o consejos para la lectura.

1. Creá un clima de lectura:

Dejá de lado todo lo que pueda distraerte. Afuera los celulares y la televisión durante tu sesión de lectura. Buscá un lugar que te dé tranquilidad: puede ser tu escritorio, tu sillón preferido o, si sos de los que en casa se distraen, un bar que tenga buena vibra y no sea un caos. Es clave que la iluminación del lugar sea buena y que no haya ruidos molestos. Si la música te ayuda a concentrarte, adelante. Si no, que el espacio esté lo más silencioso posible.

Separate un momento de tu rutina para leer. Sean veinte o treinta minutos, una hora o tres. Si sentís que encontrar un hueco diario para leer va a ser imposible, empezá de a poco: reservate un momento del fin de semana, o un horario en un día de la semana en el que estás tranquilo. Vas a ver que una vez que le encuentres el gustito, la lectura sola se va a ir instalando en tu día a día, y te va a pedir que le cedas un espacio.

2. Subrayá:

Soy fan de esta técnica, de hecho no puedo leer sin subrayar. Sin que se vuelva algo compulsivo, subrayar mientras leemos puede ser de mucha ayuda para ubicar detalles, frases o nombres que, de otra manera, se nos escaparían.

Me gusta pensar los textos como mapas: así como el lenguaje mismo nos da pistas para ubicarnos, el subrayado es uno de los modos en los que podemos dejar huellas físicas de nuestro recorrido por el texto. Y lo del subrayado es sólo la punta del hilo. Cuando hablamos de dejar una partecita nuestra en los textos, vale todo: corchetes, llaves, signos, líneas punteadas, sombreadas, ondas y más. Te invito a que crees tu propia notación, tu colección intransferible de formas de marcado para que puedas sacarle más jugo a los textos.

¿Qué subrayar? Lo que quieras. Pueden ser elementos que sientas que te van a ayudar a comprender mejor el texto, como una frase que se repite, los nombres de los personajes- cuando estos abundan y son complejos-, descripciones, un diálogo importante: en síntesis, lo que llamo el subrayado “objetivo”. Pueden ser también zonas del texto que no “sirvan” para nada, pero que te hayan llamado la atención: la construcción de una frase, la potencia de una idea que sentís te habla a vos, la combinación de dos palabras, una descripción que te trae recuerdos… según mi bitácora de términos: subrayado “subjetivo”. Y en esto radica lo mágico e único del acto de lectura: no habrá nunca dos libros con el mismo subrayado subjetivo ya que a cada uno de nosotros nos van a conmover aspectos diferentes de un texto.

Reservate, entonces, dos tipos de subrayado. Marcá el texto, dejá tu paso por él. No tengas miedo a la blancura de las páginas, marcá en lápiz (que acaricia las páginas, no como la tinta, que las tatúa) y dejate habitar por la lectura.

3. Hacete preguntas mientras leés:

Este consejo se relaciona con el anterior. Así como podemos habitar el texto, adueñarnos, también es muy productivo dialogar con él. Anotar preguntas en los márgenes, del tipo que sea: de la trama, de pasajes que no entendés bien por qué están ahí, de cuestionamiento hacia un personaje, preguntas que no tengan que ver con el texto, que se disparen en el acto de lectura. Preguntas que tal vez no respondamos al terminar el libro, preguntas que queden inconclusas, interrogantes que tal vez clausuremos años después. Preguntas.

4. Transcribí frases del texto que te llamaron la atención:

También soy fanática de este consejo. Cada vez que termino un libro, antes de guardarlo en biblioteca, lo hojeo y copio en un cuaderno todo o gran parte de lo que subrayé con el marcado “subjetivo” del que hablé en el punto 2. Es mi ritual de finalización de un libro, una manera de llevarme lo que más me gustó de él y grabarlo aún más en mi mente. Es un recurso cómodo, porque permite tener condensadas en un mismo lugar todas las citas que nos gustaron de cierto texto. El copiarlas a mano, además, tiene un encanto particular: el texto pasa por el cuerpo y termina de hacerse un poco más nuestro.

5. Releé:

Si ya parece que queda poco tiempo en la vida para leer, ¿de dónde vamos a sacar el tiempo para releer? Lo sé, parece imposible, pero te invito a que lo pruebes: te aseguro que te va a encantar. Releer es como reencontrarte con un amigo que no ves hace mucho tiempo: te lo cruzás en la calle, lo saludás, tardás unos segundos en recordar el tono del vínculo entre ustedes, pero al minuto ya están hablado como si no hubieran dejado de verse. A la vez, avanza la charla, se cuentan de sus vidas y comprueban que ambos están muy cambiados. Algo así pasa con la relectura, está a caballo entre lo familiar y lo desconocido. Ya sabés de qué se trata el texto, conocés a los personajes y el desenlace, pero lo más probable es que en la relectura centres tu atención en aspectos que en un primer encuentro te pasaron desapercibidos. Si además entre la lectura y la relectura pasa un tiempo considerable, la sorpresa va a ser mayor. Las circunstancias de tu vida van a haber cambiado, vas a tener otra edad, experiencias de por medio, y el texto te hablará en una nueva manera. Es probable que mires lo que habías subrayado en la primera lectura y algunos o muchos de esos pasajes marcados no te digan nada: ahora subrayarías otra cosa. Hacelo: dejá que convivan en el texto tus dos tiempos, el subrayado de antes y el actual.

El libro como espejo, esa es otra de las magias de la lectura: el poder vernos reflejados, comprobar cuánto de nosotros sigue igual y cuánto se modificó.

Estas son solo algunas de las muchas prácticas posibles que pueden ayudarte a entrenar el hábito de la lectura. No son las únicas, por lo que te invito a que te vayas conociendo como lector/a y descubras qué estrategias se adecuan a vos. La lectura debe ser placentera pero no por eso es una actividad fácil: no es instantánea ni utilitaria, no va en camino recto. En su zigzagueo, nos pide concentración y dedicación. Es en ese ejercicio de ida y vuelta con las páginas, de pregunta y subrayado, de relectura y sociabilización, donde se ubica lo placentero.

¿Cuáles son tus estrategias de lectura?

¿Tenés alguna costumbre a la hora de sentarte leer?

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